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Trump militariza Washington en un nuevo despliegue de poder: la fachada diplomática no oculta su corte dictatorial


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Washington, D.C., vive horas de tensión tras la orden ejecutiva del presidente Donald Trump que federalizó la Policía Metropolitana de la capital y desplegó a la Guardia Nacional en puntos estratégicos. Aunque el mandatario intentó presentar la medida como un “acto diplomático y de protección ciudadana”, la realidad es que se trata de un movimiento que concentra aún más poder en sus manos y que, según críticos de todas las corrientes, exhibe su obsesión por gobernar a través de la fuerza.


Analistas políticos y expertos en gobernabilidad coinciden en que la acción rompe con la tradición democrática de respeto a la autonomía local. La alcaldesa Muriel Bowser calificó la intervención como “inquietante e innecesaria”, recordando que las cifras de criminalidad en D.C. se encuentran en su punto más bajo en más de tres décadas. Para muchos, este despliegue no responde a una emergencia real, sino a la necesidad del presidente de reforzar su imagen de “hombre fuerte” ante su base y adversarios.


Lo que resulta más revelador es que, mientras Trump concentra el foco mediático en la militarización de la capital, se multiplican las voces que señalan un patrón: escándalo tras escándalo que desvían la atención pública de temas incómodos, en especial de cualquier avance judicial o mediático sobre el caso Epstein y sus posibles ramificaciones en las élites políticas y empresariales de Estados Unidos.


Para críticos y observadores internacionales, no se trata solo de una jugada táctica. Es una estrategia de supervivencia política: saturar la agenda noticiosa con maniobras polémicas para desplazar de la conversación cualquier indicio que pueda vincularlo con investigaciones explosivas. El resultado es una peligrosa normalización del uso de fuerzas militares y federales como herramientas de control interno, algo que expertos en derecho constitucional consideran una “deriva dictatorial” sin precedentes en la historia moderna de EE.UU.


En el terreno internacional, este tipo de movimientos se lee como un mensaje de advertencia a opositores y aliados por igual: Trump no retrocederá, incluso si para mantener el poder debe recurrir a la fuerza. Y si bien la Casa Blanca insiste en el discurso de la “restauración del orden”, cada vez más analistas ven en estas acciones un espejo de manuales autoritarios que buscan blindar al líder antes de que lo alcancen la justicia y la historia.


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